martes, 7 de julio de 2015

¿Se puede estandarizar la innovación?



 Existe cierto debate en torno a si las actividades de innovación pueden ser estandarizadas. Este debate surge principalmente por el hecho de que un estándar, al fin y al cabo, establece unas pautas de replicación. Es decir, el objetivo de un estándar es que un objeto concreto tenga unos requisitos mínimos que deberán ser comunes al resto de objetos de similar categoría.  Por otra parte, la actividad de “innovar” (más allá de las definiciones más técnicas y detalladas), se asocia popularmente con la acción de romper con lo establecido. ¿Cómo se puede entonces estandarizar la innovación, si respetar el estándar anulará cualquier iniciativa de hacer las cosas de forma distinta? Efectivamente, bajo estas premisas, puede que estandarizar vaya en contra de la innovación. Sin embargo,  cuando hablamos de estandarizar la innovación, a lo que en realidad nos referimos es a estandarizar la forma en la que realizamos la tarea de innovar. O en términos más generales, a sistematizar las actividades de investigación, desarrollo e innovación.


A medida que nos hemos dado cuenta de la importancia de la innovación para el éxito de las empresas, se ha ido desarrollando toda la teoría sobre la gestión de la innovación (innovation management). La innovación ha pasado a ser una operación clave en las empresas, y como tal, han surgido modelos y herramientas para su gestión. Resulta obvio pensar que de todo este abanico de técnicas para la gestión de la innovación, habrá algunas para las que esté contrastado que producen más y/o mejores innovaciones. De ser así, lo lógico es que decidamos incorporar estas técnicas a nuestra empresa, con el fin de podamos mejorar nuestros resultados de I+D+i.


En ello consiste la estandarización de la innovación. Al sistematizar nuestro proceso de innovación, lo que estamos haciendo es describir cuales son los pasos que debemos seguir para que una idea se transforme en un producto, proceso o servicio que sea potencialmente rentable. Esto es lo que persigue la norma UNE 166002. Por ejemplo, como parte de nuestro proceso de innovación podemos (y debemos) establecer un mecanismo para analizar todas las ideas e identificar cuáles son aquellas que tienen un nivel mínimo de viabilidad. Los recursos de una empresa son finitos, y sería un error haber dedicado recursos a un proyecto inviable en lugar de haberlo dedicado a otro que tuviese un nivel mínimo de viabilidad. Otro ejemplo es la gestión de las patentes. Si nuestro proceso de I+D+i establece que debemos estudiar de posibilidad de que nuestra innovación sea patentada, nos aseguraremos de que estamos protegiendo nuestras invenciones, y por tanto, maximizando la inversión realizada.


Gijs van Wulfen dice que “pensar fuera de la caja” puede ser un buen comienzo, pero que más adelante se necesita un proceso estructurado y un idioma común de innovación entre los empleados.  Así pues, la sistematización de los procesos y actividades de I+D+i ayudan a que sepamos qué hacer en cada momento del proceso, evitando saltarnos pasos, y cómo hacerlo, para así no perder la inversión realizada. No obstante, no hay que olvidar que estandarizar la innovación no es garantía de éxito. Si nuestro proceso de innovación está mal diseñado, lo único que estaremos garantizando es que estamos haciendo mal las cosas una y otra vez. Por tanto, un proceso o sistema de gestión de la I+D+i debe estar en continua revisión y validación, y para ello deberemos establecer los indicadores que nos demuestren que efectivamente nuestra capacidad, eficacia y rentabilidad de la inversión en I+D+i aumentan progresivamente año tras año.

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